martes, 5 de abril de 2011

Japón

Pocas películas resultan tan inquietantes como Japón (2002) de Carlos Reygadas. Imágenes suyas regresan de cuando en cuando a mi cabeza para interrogarme; lo mismo que su extraño y breve título que nada tiene que ver con la isla nipona, con su gente o su cultura. Su fotografía es memorable; sus personajes, crípticos pero encantadores; y su trama, extraña pero verosímil. El joven director mexicano logra un producto fílmico que recuerda las narraciones y recrea la imaginería de Juan Rulfo.

Japón tiene una forma muy peculiar de contar el cuento, a ratos parecida al documental, a ratos parecida a la poesía, con ritmo lento y pausas largas. Trata sobre un hombre que huye de la ciudad y se refugia en un pueblito, con el solo propósito de suicidarse. De sus encuentros en la ruta hacia la muerte está tejida la historia. En ella los diálogos son escasos y la información contextual, casi nula. No sabemos nada la vida pasada de los personajes; por ejemplo, jamás se nos dice por qué el hombre quiere matarse o quién ha sido la mujer en cuya casa se aloja. Los espectadores nos enfrentamos con personajes extremos: los protagonistas son callados, mantienen el ceño fruncido y no sonríen; los personajes de fondo son, en buena medida, gente bulliciosa, hombres borrachos, niños alegres. Todos viven entre barrancos y conviven con los animales, en un ambiente alejado de la vida urbana, sus artefactos y sus preocupaciones.

La cinta captura la atención a fuerza de imágenes que desconciertan. En momentos claves, la cámara se acerca tanto al objeto que lo vuelve irreconocible. Es el caso de la imagen inicial de la película, que presenta un enjambre de luces sobre un fondo oscuro; cuando empieza el movimiento nos damos cuenta de que se trataba del tráfico detenido al interior de un túnel. También hay imágenes perturbadoras y grotescas, que prefiero no comentar para mantener el interés de quien ha leído hasta aquí. La banda sonora, cargada de música sinfónica, completa el carácter poético y virtuoso del trabajo de Reygadas.

Luego de ver la película me enteré a través de la gran enciclopedia de nuestros tiempos que Carlos Reygadas tiene una forma muy peculiar, incluso un tanto dogmática, de hacer cine. Uno de sus principios es no emplear actores profesionales; por el contrario, busca gente que, en la vida real, tiene un perfil parecido al del personaje que va a representar. Algo semejante ocurre con las locaciones, para las que rechaza la falsificación de escenarios. Como explica en una entrevista: “si partes de algo auténtico puedes transformarlo y entonces [lograr] que cobre sentido. (...) a mí me interesan mucho los decorados naturales.”

Otra particularidad de su trabajo es el uso de la cámara: a ratos la imagen tiembla y se tambalea, a ratos describe círculos, viaja o se acerca hasta confundir la visión. La película tiene imágenes aéreas muy impresionantes, como la del hombre tirado al lado de un caballo muerto a orillas de un barranco. También movimientos extravagantes, como el del final que captura los restos de un accidente sobre la línea del tren en un inexplicable zigzag aéreo de la cámara.

Con técnicas como las de Japón, Reygadas ha creado otras dos películas: Batalla en el cielo (2005) que gira en torno a una pareja que secuestra un niño; y Luz silenciosa (2007) que narra la infidelidad de un hombre de una comunidad menonita del norte de México. Es una suerte que las tres cintas estén disponibles en uno de los pocos rentavideos que sobreviven en San Salvador.

María Tenorio

No hay comentarios:

Publicar un comentario